Me temo que no soy un profesor “al
uso”, al que le sucede un poco aquello que una vez oí en mi curso de “aptitud”
pedagógica (o “C.A.P.”, ahora “Máster del Universo Pedagógico” que se paga a
cojón de mico y se regala en algunas universidades privadas si pagas el doble)
cuando, tras horas de tedio sin aparente final, por fin llegamos a aquella que
era la especialidad escogida (¡¡¡¡Música!!!!), y la decana del Aula de Música, toda
una institución, nos soltó, para empezar, así sin anestesia, que “ella no creía en
la pedagogía”.
Así, para empezar con ganas.
Después se puso a hablarnos de su vida y llegó el momento en que me tuve que
marchar. Lo demás (otras dos tardes) lo recuerdo como en una nebulosa de una
galaxia lejanísima. Pero la vida me ha hecho ver que tenía razón.
Porque yo tampoco creo en la
Pedagogía. No, no creo en esa palabra ni en lo que implica.
Ni creo en las recetas milagrosas
que quedan muy bien soltadas en un curso para profesores pero no tienen
aplicación en el aula.
Ni creo en la burocracia que nos
hace rellenar presentar mil y un papeles que no van a ningún sitio y que nadie
se lee, si no es PARA JODERTE.
Ni creo en la Educación que se
convierte en moneda de cambio en manos de los políticos. En falsa moneda que
pasa de mano en mano y ninguno se la queda.
Ni creo en los planificadores del
sistema educativo que lo más que han pisado un aula ha sido a través del
plasma, o en una lejana juventud. En los renegados de la tiza, a quienes el
lenguaje que manejan se les llena de palabrería huera y rimbombante, con
términos como “implementar”, “optimizar”, “poner en valor” “informar la
programación”, etc.
Ni creo en los “compañeros” (de
fatigas no, por supuesto) que practican el escaqueo por sistema, que hacen de
la indiferencia una forma de “vida”, que llegan tarde y se van antes, que
“enferman” en lunes o viernes o vísperas de puentes…
Ni creo en los directores que
tratan de controlar, reloj en mano, las horas de entrada de sus compañeros (que
no subordinados ni empleados), para después no dar ejemplo de aquello que
predican.
Me dirás que si hay algo en lo que crea, pues
sí, sí que lo hay:
Creo en los profesores que se
entregan sin reservas a su trabajo y, sobre todo, a sus alumnos.
Creo en los profesores que son
capaces de sacar lo mejor de sí mismos y de sus alumnos.
Creo en los profesores que cuando
reprenden, lo hacen con una sonrisa, pero nunca hiriente o irónica (Álvaro, me
parece que es evidente que lo tuyo no es el inglés, me dijo una “pitonisa” cuando
empecé el instituto, recién cambiado de francés).
Creo en los profesores que no
juzgan a sus alumnos.
En los que aprecian a sus
alumnos.
En los que escuchan, entienden,
apoyan a sus alumnos y nunca se cansan de aprender de ellos.
En los que dan y reciben abrazos
de sus alumnos.
Creo en los profesores que han
enseñado 15, 20, 30 o más años, y no en aquellos que han enseñado uno y lo han
repetido 15, 20, 30 veces…
Creo en el profesor que nunca
deja de sorprenderse y de maravillarse con sus alumnos.
En aquel que es capaz de decir,
año tras año, que ha tenido los mejores alumnos de su vida. Y la vida le
sorprende y le regala más.
Creo en el profesor que, a pesar
de ser consciente de su finitud, de su contingencia (qué bonita palabra), vive
su vida hacia adelante, con esperanza, y no resignado descontando los días
hasta el siguiente puente o período vacacional.
Creo en aquellos que han elegido su trabajo
por vocación o bien porque una fuerza muy poderosa les hizo acabar aquí, y no
en los que creyeron que esta era una “segura” forma de vida.
Creo en aquellos profesores que
son capaces de impartir una asignatura fuera de su horario para que
determinados alumnos puedan acudir y no perder el curso, a pesar de que luego
ni aprovechen el regalo, ni lo agradezcan.
Creo en los profesores que son
capaces de reinventarse cada día, de no desfallecer ante las adversidades y
ante la desidia y la falta de educación que cada vez están más extendidas entre
el alumnado.
En aquellos que reciben de sus
alumnos lisonjas tales como “contigo da gusto aprender inglés o lo que sea”, o
“lo que tú nos dices no nos lo dice nadie”, o “he aprendido más inglés en una
hora contigo que en todos los años que lo he tenido juntos” (sin exagerar,
¿verdad?), "abriste los ojos a mucha gente el curso pasado” o “tienes un don y es muy poco común”...
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