lunes, 13 de febrero de 2017

Yo no creo en la Pedagogía

Me temo que no soy un profesor “al uso”, al que le sucede un poco aquello que una vez oí en mi curso de “aptitud” pedagógica (o “C.A.P.”, ahora “Máster del Universo Pedagógico” que se paga a cojón de mico y se regala en algunas universidades privadas si pagas el doble) cuando, tras horas de tedio sin aparente final, por fin llegamos a aquella que era la especialidad escogida (¡¡¡¡Música!!!!), y la decana del Aula de Música, toda una institución, nos soltó, para empezar, así sin anestesia, que “ella no creía en la pedagogía”.

Así, para empezar con ganas. Después se puso a hablarnos de su vida y llegó el momento en que me tuve que marchar. Lo demás (otras dos tardes) lo recuerdo como en una nebulosa de una galaxia lejanísima. Pero la vida me ha hecho ver que tenía razón.

Porque yo tampoco creo en la Pedagogía. No, no creo en esa palabra ni en lo que implica.

Ni creo en las recetas milagrosas que quedan muy bien soltadas en un curso para profesores pero no tienen aplicación en el aula.

Ni creo en la burocracia que nos hace rellenar presentar mil y un papeles que no van a ningún sitio y que nadie se lee, si no es PARA JODERTE.

Ni creo en la Educación que se convierte en moneda de cambio en manos de los políticos. En falsa moneda que pasa de mano en mano y ninguno se la queda.

Ni creo en los planificadores del sistema educativo que lo más que han pisado un aula ha sido a través del plasma, o en una lejana juventud. En los renegados de la tiza, a quienes el lenguaje que manejan se les llena de palabrería huera y rimbombante, con términos como “implementar”, “optimizar”, “poner en valor” “informar la programación”, etc.

Ni creo en los “compañeros” (de fatigas no, por supuesto) que practican el escaqueo por sistema, que hacen de la indiferencia una forma de “vida”, que llegan tarde y se van antes, que “enferman” en lunes o viernes o vísperas de puentes…

Ni creo en los directores que tratan de controlar, reloj en mano, las horas de entrada de sus compañeros (que no subordinados ni empleados), para después no dar ejemplo de aquello que predican.

Me dirás que si hay algo en lo que crea, pues sí, sí que lo hay:

Creo en los profesores que se entregan sin reservas a su trabajo y, sobre todo, a sus alumnos.

Creo en los profesores que son capaces de sacar lo mejor de sí mismos y de sus alumnos.

Creo en los profesores que cuando reprenden, lo hacen con una sonrisa, pero nunca hiriente o irónica (Álvaro, me parece que es evidente que lo tuyo no es el inglés, me dijo una “pitonisa” cuando empecé el instituto, recién cambiado de francés).

Creo en los profesores que no juzgan a sus alumnos.

En los que aprecian a sus alumnos.

En los que escuchan, entienden, apoyan a sus alumnos y nunca se cansan de aprender de ellos.

En los que dan y reciben abrazos de sus alumnos.

Creo en los profesores que han enseñado 15, 20, 30 o más años, y no en aquellos que han enseñado uno y lo han repetido 15, 20, 30 veces…

Creo en el profesor que nunca deja de sorprenderse y de maravillarse con sus alumnos.

En aquel que es capaz de decir, año tras año, que ha tenido los mejores alumnos de su vida. Y la vida le sorprende y le regala más.

Creo en el profesor que, a pesar de ser consciente de su finitud, de su contingencia (qué bonita palabra), vive su vida hacia adelante, con esperanza, y no resignado descontando los días hasta el siguiente puente o período vacacional.

Creo en aquellos que han elegido su trabajo por vocación o bien porque una fuerza muy poderosa les hizo acabar aquí, y no en los que creyeron que esta era una “segura” forma de vida.

Creo en aquellos profesores que son capaces de impartir una asignatura fuera de su horario para que determinados alumnos puedan acudir y no perder el curso, a pesar de que luego ni aprovechen el regalo, ni lo agradezcan.

Creo en los profesores que son capaces de reinventarse cada día, de no desfallecer ante las adversidades y ante la desidia y la falta de educación que cada vez están más extendidas entre el alumnado.

En aquellos que reciben de sus alumnos lisonjas tales como “contigo da gusto aprender inglés o lo que sea”, o “lo que tú nos dices no nos lo dice nadie”, o “he aprendido más inglés en una hora contigo que en todos los años que lo he tenido juntos” (sin exagerar, ¿verdad?), "abriste los ojos a mucha gente el curso pasado” o “tienes un don y es muy poco común”...


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