domingo, 4 de junio de 2017

Despedida de dos promociones excepcionales


Con la emoción todavía en el corazón de las dos graduaciones vividas el pasado viernes, me pongo a la tarea de escribir unas palabras de despedida para estas dos promociones que han dejado un imborrable poso en mi alma, y que seguramente van a quedar para siempre en mi memoria. Y sé que probablemente, los años que me queden por ejercer estarán, como los transcurridos hasta la fecha, repletos de historias conmovedoras, de anécdotas inolvidables, de personas irremplazables, de momentos y “momentazos” que recordaré siempre, pero tengo la sensación de que habrá dos promociones que, como conjunto, recordaré por encima de otras, y esas son las vuestras.


El curso pasado, como sabéis, cambió las vidas de muchos, y la primera fue la mía. Fue mi retorno a la enseñanza “a pie de calle”, tras trece años de docencia en unas burbujas llamadas conservatorios, en las que la realidad es bastante diferente.

Igual que el año en que dejé la ESO, vosotros, mis alumnos, fuisteis a la vez mis alumnos y mis maestros. Como decía un tal Murray Shaeffer, en un libro infumable titulado “Paisajes sonoros”, lo cierto es que “ya no hay profesor y alumnos, sino una comunidad de aprendices. De aprendices que se encuentran siempre por una razón (la de aprender) en el camino de la Vida, ese que vosotros apenas empezáis a recorrer y en cuyo supuesto ecuador yo me encuentro.
Supongo que el ver vuestras fotos de críos y las actuales, presentadas en una pantalla, os ha debido de emocionar y habréis recordado una vez más que somos seres en continuo cambio. Lo cual para nada es algo a lo que tener miedo (pues es inevitable) , sino que nos permite ir creciendo paulatinamente y comprendiendo cosas que ahora nos pasan completamente desapercibidas (por más que seáis agudos observadores de la realidad y mucho más evolucionados probablemente de lo que yo era a vuestra edad).
Dos promociones entrelazadas por lo que Goethe llamó “afinidades o coincidencias significativas” y que modernamente se llaman “casualidades” (que no son tales). Por eso este curso se ha producido la “casualidad” de que impartiera Segundo de Bachillerato (ya sé lo que estará pensando más de uno, que como comenté un día, eso no ha sido casualidad, ni mucho menos) precisamente con el mismo libro habéis utilizado en la Escuela de Arte. O las curiosas coincidencias de que el año pasado tuviera dos alumnos procedentes de Carrión y que en este curso haya llegado a la Escuela nada más y nada menos que el maestro de ceremonias de la “gala” del viernes, todo un personaje.
O la de haberme cruzado, una vez más, con Soraya, a quien conocí allá por mi primer año de enseñanza, en la muy noble y leal ciudad de Herrera de Pisuerga, al coincidir con su suegra en el Colegio en cuya aula de música impartía esa asignatura a primero y segundo de la ESO (que era de donde tenía que expulsar al Carraca, el flamante empresario que este verano tratará de seducir a Andrea con oferta de empleo tentadora, ¿me equivoco, Andrea?).
Cuando pase el tiempo y la memoria desdibuje los recuerdos, ¿qué recordaremos los unos de los otros? Yo el año pasado escribí en una entrada del blog algunas de las cosas que me daba cuenta que iba aprendiendo con vosotros. Al poco dejé de anotar cosas (suele pasar), pero soy consciente de que no he dejado de aprender ni un solo día, montones de cosas.
Yo personalmente, cuando pase el tiempo, recordaré que en la clase del año pasado se produjeron intensas transformaciones, así como notables aportaciones, que parecían surgir espontáneamente. Esto es algo que se produce cuando la SENSIBILIDAD se sitúa en primer plano, y comencé muy pronto a ser consciente de ello, creo que en mi segundo curso como docente, si no antes. 

Recordaré cómo la música fue el hilo conductor de nuestras clases; recordaré cómo fueron emergiendo figuras como Jerry Lee Lewis, aquel que incendiaba sus pianos (como se ve en “Great Ball of Fire”), Carole King, John Denver, Don McLean Michael JacksonCat Stevens o Johnny Cash, y cómo a estos dos últimos me pasé todo el curso enganchado, como se suele hacer de adolescente, tal fue la fuerza con que reaparecieron en mi vida, con toda la potencia de su mensaje. 
También recordaré a Nick Bujovic, quien con su libro “Life without limits”, cambió mi estado de ánimo y dio un nuevo impulso a mi vida. Recordaré a James Rhodes, quien con su libro "Instrumental" me recordó lo locos que pueden estar aquellos que llegan a ser “alguien” en el mundo de la música clásica. O la entereza de Ezio Bosso, quien nos dio una incomparable lección de vida, sobrellevando admirablemente una cruel enfermedad.
Recordaré la lección magistral de vida que nos dio John Fenningham en vivo y en directo. Lección que creo que marcó un punto de inflexión en el curso. O las que nos dieron personas como Ana Clara, Fini o Irene. Recordaré a tantos de vosotros que aportasteis tanto a mi vida, a pesar de tantas circunstancias adversas. Y recordaré sin duda que, como bien dijo John, "lo mejor de la vida son las personas que te encuentras en el camino". No quiero citar a nadie en particular, porque todos sois importantes.
¿Y momentos, recordaré algún “momentazo”? Pues alguno guardaré, digo yo: me vienen a la mente aquella ocasión en que Tidiane me pidió muy educadamente permiso para marcharse a estudiar otra asignatura y tras decirle que no, aprovechó que estaba en mitad de una explicación para levantarse y abandonar silenciosamente la clase, de modo que no supe si parar y montar una escandalera o hacer como si aquello fuera un espejismo; o cuando Carolina se levantó indignada diciendo que el documental “Entre maestros” estaba preparado; o cuando Diana me espetó en una ocasión “pero céntrate de una vez”, cuando trataba de dictar el significado de las palabras “nuevas” a tres ritmos diferentes, lo que se convertía en un continuo avanzar y retroceder que era para volverse loco (obviamente tuve que cambiar el sistema).
Probablemente también recuerde a la otra Diana explicándome “El día de la marmota” o cómo en una clase de inglés se necesita usar una calculadora y que no tiene que ser necesariamente un teléfono. Recordaré cómo le hacía la vida imposible a José Luis con los audios, las canciones, los vídeos, etc.  

Recordaré el Día de la Música en la Calle, que pensaba no se volvería a repetir y que sin embargo vamos a volver a hacer. O aquellas ocasiones en que lograba que os callaseis todos y me escucharais, cosa que este año se ha vuelto a repetir. O la cara de atención de Gloria en primera fila, con sus cinco sentidos puestos en mí, aquello realmente impresionaba. 

Por no mencionar a aquellas dos mozas, Lucía y Amira que siempre eran capaces de hacerme recapacitar cuando estaba a punto de estallar y montar un numerito por el comportamiento de alguno o por cualquier incidente que me llevara al límite. O a Paula cuando me decía "es que no soy capaz de entender qué significa eso de la rueda de la vida"...
¿Y de mis alumnos de este año, qué recordaré? Quién me  iba decir que acabaría dando clase a alumnos a quienes había dado clase mi mujer, en algunos casos durante muchos años? No sé de quién me acordaré más, si de ese grupo tan peculiar de féminas como no he encontrado, ni creo que me vuelva a encontrar otro en mi vida (aunque ya se sabe eso de que no se puede decir “de esta agua no beberé ni…”), o del resto de la clase que las sufrió estoicamente hasta el final…
O tal vez de ese espléndido grupo de ciencias que sería la envidia de cualquier instituto y el sueño de cualquier profesor (sólo siete exámenes que corregir, ¿pensabais que lo decía por otra cosa?).
Aunque es posible que de quienes más me acuerde sea de esos alumnos del Segundo de PMAR (Programa de Mejora del Aprendizaje y el Rendimiento, sí señor, con un par, eso se llama correspondencia fiel e inequívoca entre Programación y Realidad, y lo demás son chorradas), con “momentazos” como aquel en que mi tocayo me dijo aquello de “apártate, que la carne de burro no es transparente” y en lugar de responderle con el “pero los ojos de cerdo lo ven todo”, le solté: sé que lo dices "desde el cariño", pero que sepas que eso es tal falta de educación que dice muy poco de la tuya (tenía que haber añadido “y además, te recuerdo que los ojos de cerdo lo ven todo”).
Y por supuesto, recordaré las innumerables ocasiones (muchas más el curso pasado) en que tuve que contener las lágrimas ante alguna de las canciones o vídeos que os puse, para tratar de transmitiros algún mensaje “de calado”. Pero sin duda recordaré cuando logré concitar la atención de todo un grupo de alumnos hablando de cosas que realmente les importaban. O el momentazo en que conseguí que esa clase funcionara como un verdadero grupo leyendo la carta de Amy Murray (está en la entrada de al lado, si queréis verla).
Al igual que el curso anterior, hubo momentos en que me entraron ganas de arrojar la toalla, de pasar de todo, si eso es posible. Pero uno es de tal pasta que eso no va conmigo. Y cada vez que alcanzábamos uno de esos puntos “valle”, a  continuación siempre venía el subidón, el resurgir que hacía que te levantaras de nuevo y siguieras creyendo firmemente en que ésta es una de las mejores profesiones del mundo, por más que haya habido tiempos mejores (y también peores, como aquellos en los que cualquier veinteañero empleado en el ladrillo, te decía que él no se levantaría por tan mísero sueldo).
No sé lo que me deparará el futuro el próximo curso, ni si se cerrará una etapa y volveré a mi antigua ocupación. Y me da igual no saberlo, porque sé que, esté donde esté, volveré a tener el privilegio de tener, un año más, a los mejores alumnos. Porque este hecho se viene repitiendo casi desde que tengo memoria. Y sé que el próximo año seré más fuerte y estaré mejor equipado gracias al cúmulo de experiencias acumulado con vosotros.
Ni vuestra formación termina al abandonar el instituto o la Escuela, ni el inglés tiene que dejar de formar parte de vuestras vidas, y más en el mundo en que vivimos. Probablemente después de la Ebau (los que la hagan) no tengáis necesidad de escribir un “opinion essay”, pero os animo a que no perdáis el mayor o menor nivel que habéis adquirido a lo largo de los años.
Y que tratéis de llenar las lagunas que tengáis, que nunca sabremos lo grandes que son, pues tenemos tendencia a ser excesivamente autocríticos, y a magnificar los hechos: así, en cuanto transcurran unos años sin estudiarlo, os convenceréis de que teníais un excelente nivel, pero que al no practicarlo, lo habéis perdido. Pues no es así: ni el nivel sería tan grande, ni lo habréis olvidado, simplemente, lo que no se usa, se atrofia, pero con algo de constancia, vuelve a salir a flote.
Un idioma se aprende escuchando, hablando (aunque sea contigo mismo, como hacía yo, pues el run run de mi cabeza a veces era en inglés) y sobre todo, manteniendo un vocabulario, de manera racional. Pero esto último tenéis todavía que aprenderlo, me temo: por más que uno se esfuerce, siempre la tendencia es a seguir la propia intuición, aunque esta nos lleve a vías muertas y a callejones sin salida. ¿Cuántos años neceswitaremos para aprender, se preguntaba Bob Dyland?
Si habéis llegado hasta aquí, habréis leído unas 2000 palabras, lo cual, en estos tiempos que corren, no es moco de pavo). Éste es vuestro blog, y lo seguirá siendo. Estoy dedicando un tiempo a su revisión, actualización y a la eliminación de las entradas menos interesantes. Espero que se note. Y espero que alguna vez los visitéis y recordéis los buenos momentos compartidos.
Y por terminar con un mensaje, os diré que con vosotros reaprendí el significado de la palabra EMOCIONARSE, y que estoy seguro de que muchos de vosotros no seréis de los que tengan tres fechas en el epitafio, porque alcanzaréis muchos de vuestros sueños y no figurará en él la fecha en la que renunciasteis a alcanzarlos. Y estoy seguro de que, como en la película “El club de los poetas muertos" (que sigo sin haber visto), haréis de vuestra vida ALGO EXTRAORDINARIO.   

Un fuerte abrazo.
Vuestro profe de inglés, siempre


Álvaro





 




 

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